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[CAMBIO]
Con la llegada del siglo XXI hemos sido testigos de cambios aceleradísimos en las tecnologías de la comunicación y la información como nunca antes. Si bien muchos son fruto de la revolución tecnológica que se inició tras el final de la II Guerra Mundial, los efectos que estos avances, especialmente los relacionados con el internet y las redes sociales, están causando transformaciones profundas en las maneras en las que las personas se comunican y se informan. Cambios que no todos son capaces de comprender con la rapidez que se producen ni de aceptarlos.
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Es notable como muchos políticos,
intelectuales, analistas y periodistas, los personajes que tradicionalmente son
los más influyentes en la opinión pública nacional, se sienten incómodos y parecen
no terminar de adaptarse al fenómeno de redes sociales. Y es que hasta hace
poco la comunicación de estos actores con los ciudadanos era unidireccional. El
ciudadano era sujeto pasivo.
Desde el gran adelanto tecnológico en materia de telecomunicaciones desde la década de 1980 y la aparición y masificación de internet se produjeron cambios profundos en modo en que se genera información. Es a partir de ese instante que los ciudadanos comunes, fuera de las élites tuvieron la primera oportunidad de ser generadores de información y convertirse en sujetos activos de la comunicación con su propia página web. Del mismo modo se generaba discusión entre los ciudadanos sobre distintos en los foros de las páginas web, entre los que destacaban el de CANTV antes de la nacionalización y el de Noticiero Digital. A través de ellos se tejían redes de confianza que permitían articular estrategias para posicionar temas e incluso crear nuevos portales web.
Este boom de los foros propició el
surgimiento de una nueva herramienta, los blogs y un nuevo tipo de
influenciador, el bloguero. Pero al bloguero, salvo que se especializara mucho,
por ejemplo en finanzas, se le hacía difícil competir contra los medios y los
actores tradicionales influyentes sobre la opinión pública. Adicionalmente, a pesar
de estos importantes cambios, aún existía una clara desconexión entre el
ciudadano común y los grandes formadores de opinión tradicionales. El verdadero
cambio en la relación comunicativa e informativa entre ciudadanos y políticos,
intelectuales, analistas y periodistas y cómo se genera opinión pública se da a
partir del momento que surgen las redes sociales, las cuales no son otra cosa
que un medio virtual en el que las personas se relacionan en línea y comparten
información.
Entre las redes sociales, una destacará
por encima del resto: Twitter. Y tendrá un gran aliado: el teléfono celular
inteligente
Twitter más que ninguna otra red
social provocó grandes cambios en la comunicación política y la manera en que
se genera y difunde información. Cambios que aún no terminan, que están
produciéndose en este instante. Esta red social en especial, dada sus
características de inmediatez y de contenido accesible a todos sus usuarios,
sin importar si se siguen o no, permitió por primera vez que un ciudadano común
y corriente pudiera informar de un suceso mucho antes que los medios
tradicionales y comunicarse directamente y en igualdad de condiciones con los actores
influyentes tradicionales.
Por primera vez los ciudadanos pueden
interactuar directamente y en igualdad de condiciones con políticos,
periodistas, intelectuales y analistas y competir en relativa igualdad de
condiciones contra ellos en la batalla de la opinión pública. Incluso hay
ciudadanos comunes y corrientes más influyentes y con más seguidores en twitter
que muchos de ellos.
Hasta hace muy poco, era muy difícil que
un político, intelectual, analista o periodista pudiera recibir crítica
directa por decir o hacer algo más allá
de los círculos en los que se movían. Peor aún, en los círculos que rodean a los
influyentes tradicionales que son más reconocidos, especialmente los políticos,
predomina la adulación. Ahora, en el mismo y preciso instante en uno de estos
actores dice o hace algo, comienzan comentarios en twitter. Buenos y malos. Y
es precisamente por esto, que muchos de ellos no sólo no están acostumbrados a
recibir críticas masivas, les molestan.
Es debido a esto que muchos de los influyentes
tradicionales, quienes estuvieron acostumbrados por años, décadas, a opinar e
imponer sus criterios sin casi recibir feed-back fuera de sus círculos de
confianza, les resulta sumamente fastidioso ser cuestionados. Y especialmente ser
cuestionados por aquellos que consideran que no están a su nivel.
En el caso específico de Venezuela, en
medio crisis como la actual, tras 15 años continuos de pérdida de libertades y de
bienestar, de violaciones masivas a los derechos humanos y de destrucción de la
democracia para la instauración de un régimen hegemónico con aspiraciones
totalitarias (una frase largota que se resume en dictadura), sin mayores
avances reales y tangibles para la causa opositora, impulsa a los ciudadanos a
criticar a estos actores influyentes tradicionales que de una u otra manera han
estado al frente o al lado de la oposición venezolana en sus distintas facetas.
Fueron muchos de ellos quienes convencieron a los ciudadanos, no una, sino
varias veces de seguir sus estrategias, sin mayores explicaciones y consultas
con las bases, para cambiar al régimen y
lamentablemente fallaron todas. Y no conformes con que las estrategias
fallaran, muchos de estos influyentes tradicionales, miembros del establishment
opositor no solo no asumieron su responsabilidad e hicieron los necesarios mea
culpa por los errores cometidos, además tuvieron el tupé de culpar al ciudadano
de derrota, ese mismo ciudadano que marchó, fue a paro, firmó y votó cada vez
que se lo pidieron, y que perdió su trabajo, sus inversiones, fue herido e
incluso perdió su vida o a algún ser querido. Y si hubo muchos que no
decidieron plegarse a las estrategias planteadas, por ejemplo, ir a votar, pues
la culpa es del propio estratega que no fue capaz de convencerlos para que
desistieran de su actitud.
Luego de las elecciones presidenciales
del 14 de abril de 2013 y la decisión de cantar fraude aparecen claramente
varios puntos de inflexión en la política venezolana que van a incidir
directamente en la crítica ciudadana hacia sus dirigentes. En primer lugar se
desiste de la marcha hasta el CNE del día 17 de abril de ese año para reclamar
la victoria electoral, en segundo lugar cuando a mediados de ese año se pasa la
página del reclamo de la elección robada y convertir los comicios municipales
en un fallido plebiscito contra Nicolás Maduro, en tercer lugar cuando en
febrero de 2014 un sector encabezado por Leopoldo López y María Corina Machado
deciden convocar el movimiento de protestas ciudadanas llamado #LaSalida al que
se opusieron Henrique Capriles Radonski y buena parte de la Mesa de la Unidad
Democrática, quienes dos meses después, en abril de este año, deciden sentarse
a dialogar con el régimen chavista sin el cumplimiento de las condiciones
previamente exigidas.
Es a partir de estos cuatro puntos de
inflexión que se incrementan las críticas contra la dirigencia política opositora
y los intelectuales, analistas y periodistas que los respaldan. Estas críticas,
que fueron asumidas de buena fe por algunos de ellos, muchos otras las trataron como
"ataques" y "divisionismo" generados por “infiltrados del
G2 cubano” y llegando al extremo de
calificar a las millones de personas que ejercen su derecho legítimo a criticar
sus actuaciones, porque estas les afectan su vida de manera directa, incluso de
manera permanente, y porque es parte del ejercicio de la libertad de expresión,
como “twitterneitors” o más recientemente de "laboratorios".
Ese desprecio y censura cada vez mayor
a crítica ciudadana parte de los actores influyentes tradicionales y su séquito
miembros del establishment opositor, solo hace que estas se multipliquen más.
Es como echarle agua al gremlin y darle de comer a medianoche al mismo tiempo.
La multiplicación de críticas de ciudadanos desde 2013 y durante 2014 es
resultado de la arrogancia de muchos de estos dirigentes políticos,
intelectuales, analistas y periodistas que no sólo no quieren oírlas ni
tomarlas en cuenta, sino que además las atacan. Solo a partir del momento en que
las legítimas críticas de los ciudadanos, que tienen 15 años pasando los
rigores a los que son sometidos por parte del régimen venezolano, siendo cada
día menos libres y más miserables, se tomen en cuenta y tratadas con el debido respeto,
estas bajarán. De lo contrario sólo crecerán y serán más duras. Bien decía el
historiador romano Tácito: "quién se enfada por las críticas, reconoce que
las tenía merecidas".
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